La plenitud se da cuando uno
es el máximo, en el nivel de potencial en el que esta, esto es, aceptando los
límites propios de cada momento, llevar la propia existencia a alcanzar ese
límite.
Visualizándonos como un vaso,
o cualquier recipiente, lo importante, en cada momento, no es el tamaño del recipiente,
este puede ser enorme o muy pequeño, lo que es relevante para nuestra
existencia en el momento presente, es cuan lleno el recipiente esté, pues es en
lo único en que podemos actuar directamente, en incrementar su contenido, esto
es enfocarnos en llenar el recipiente, no en maldecir o cuestionar sus límites.
En esta visualización, naturalmente
la plenitud se da justamente cuando ese recipiente que somos,
independientemente del tamaño del mismo, está completamente lleno, rebosante,
derramando su contenido por exceso del mismo. En este estado de plenitud, se
experimenta, además de una inmensa sensación de bienestar, un desborde de amor,
el ser en ese estado irradia amor a su entorno, el cual es claramente percibido
por sus pares, los cuales lo ven con una luz especial, propia de ese estado, y
a su vez, el ser en estado de plenitud, amplía su existencia, se expande el
recipiente de la metáfora planteada, posibilitándole al ser pleno, el acceso a
un nivel de existencia mayor, y posteriormente a una plenitud aún más elevada.
Manteniéndonos, o al menos
procurando estar el mayor tiempo posible, en ese estado de plenitud, con el
recipiente lleno y desbordando amor, nos montamos en una espiral evolutiva, que
nos lleva a ir creciendo, nos va eliminando límites que existían previamente,
nos permite mayor amplitud de acción, en definitiva, nuestro recipiente se
vuelve cada vez mayor, y el estado de nuestra plenitud es cada vez más alto.
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