Nuestro pasaje por lo que
llamamos vida se puede ver como un andar. Idealmente un andar sin prisas y sin
pausas, un andar con un propósito general, aunque sin mucha definición en sus
objetivos, un andar con apenas una noción de dirección, una dirección amplia,
que nos impulse a movernos y a la vez no nos limite en recorridos previamente
conocidos. Un Andar en calma y con energía, alegre y atento, abierto a cambios
en el rumbo. Un andar donde cada paso esté pleno de sentido.
En ese andar, no existe el
camino, a cada momento, no hay un sendero a recorrer frente a nosotros, ni
existe un lugar adonde llegar, y menos aún un momento para alcanzarlo.
El miedo nos hace creer en la
existencia de caminos, y la ansiedad nos hace recorrerlos en busca de alcanzar
objetivos, y en lo posible hacerlo en determinado tiempo. El miedo tiene sus
raíces en el rígido pasado, y la ansiedad en el inexistente futuro. El coraje
está en enraizar nuestra acción, tan solo, en el constante fluir del presente,
en cada situación que se vive en cada instante, y desde ese caos, terrible y
fascinante, desde allí funcionar.
Ese andar, sin senderos,
altamente impredecible, nos llevará por distintas situaciones, las cuales, si
las vemos desde un ser lleno de aceptación, no podremos juzgarlas. Podrían
verse desde la dualidad, algunas como placenteras, otras como dolorosas, en
cambio, las veremos solo como situaciones que se presentan. Tendremos la
apertura de recibir cada situación tal como viene, y seremos receptivos a cada
particularidad de la misma, cada detalle, cada novedad que la misma traiga.
Desde ese sentir totalmente cada situación, desde la sabiduría que ella nos
provea, desde allí, construiremos nuestro accionar. Sin evadir, negar, o
minimizar ninguna situación, aceptándola completamente como faro en nuestro
andar.
Finalmente, el andar de esa
manera, conectados plenamente con el presente, unidos completamente a la
situación que se está viviendo, provoca en nosotros un elevado estado de
alegría. Estamos envueltos por completo por lo que reciben nuestros sentidos, y
moviéndonos de acuerdo a ello. Estamos inmersos en la acción, la acción con
pleno sentido, estamos viviendo, y no pensando cómo vivir, estamos haciendo y
no planificando que hacer, estamos siendo a cada momento y no juzgando los
momentos. Estamos siendo leves, flotamos sobre problemas y victorias, ni uno ni
el otro nos afecta, y queda en nosotros ese estado constante de calma alegría.