Cierro los ojos, el universo decae a un mínimo punto dentro de mi, una sensación de paz me toma, afloja progresivamente mi expresión, mi rostro, mi boca, desciende luego por mi cuello, mis hombros, mi espalda, todo esto mientras escucho dentro de mi, un leve sonido, grave, sostenido, suave, invariable a excepción de leves ondulaciones de volumen, que tienen su pico en el preciso instante que percibo el distender de cada nuevo músculo. Con el último de ellos, una larga, profunda y serena respiración corona la experiencia.
Un rulo acaricia alternadamente mi frente, mi sien, mi párpado, el sol cuela su luz a través de este último y forma un naranja degradé, repite el mismo ahora de forma térmica sobre mi piel, todo esto mientras se escucha el calmo, y aún así caótico, arrullar de las olas en su constante romper. Mis brazos se elevan, mis piernas se extienden, mis pies se flexionan, y cuando el último músculo recupera el tono, mis ojos se abren, y yo decaigo a un mínimo punto dentro del universo.
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