Un intrincado camino de reflexiones derivó inesperadamente en una plácida imagen.
Un lugar cálido, el mar cercano, arena como suelo, llenaron mis sentidos, y frente a mí una rústica construcción de madera y juncos captaba mi atención. Su presencia era minimal, apenas unos troncos espaciados dibujaban su circular presencia, y una estructura simple y sólida sostenía su atractivo techo de junco, sin más que eso, atraía, sin más que eso, comprendí.
El corazón brinda resguardo incondicional al que repose en él, no existen puertas ni ventanas pues no hay muros en él, allí, todos pueden entrar y todos pueden salir, una y otra vez, en el momento que quieran, las veces que quieran. Su amor, indiferenciado e inagotable, sean miles bajo su techo, o sea uno solo, el amor recibido por cada individuo será el mismo, e incluso, ante la ausencia de receptor, el amor fluirá de igual manera.
Quién ama, sin hacer nada, da, quién ama no es, en él todo entra y nada es retenido, quién ama, solo quién ama, vive.
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