Existen días en los cuales uno parece estar inmerso en una neblina, hay algo, algo inobjetable, inobjetable en sus dos definiciones, algo que existe indiscutiblemente, y también algo que no se puede identificar, algo que no se puede hacer objeto aunque indudablemente es.
Esos días, se perciben como si nuestra conexión con el universo estuviera sufriendo alguna interferencia, como si la imagen se viera borrosa o se escuchase algún zumbido, dificultando nuestro estar en la vida.
El comienzo de cada uno de esos día ya es así, quizás algo perturbó nuestro sueño, quizás un sueño mismo perturbó nuestro despertar, quizás nada pasó, independientemente de la causa, la realidad es que la neblina se instaló, y si somos lo suficientemente conciente, la percibimos en el preciso instante en que nacemos al nuevo día.
El día transcurrirá, probablemente sin mayores dramas, pasará sin problemas siempre que sepamos convivir con la neblina en vez de luchar contra ella, pasará, puede ser en unas horas, quizás en unos días, esperemos que no nos acompañe por meses, no sabremos porque nos abandonará, como tampoco supimos porque ha venido, ha sido, ahora es, luego también será, y más tarde dejará de serlo, seguramente cuando esto pase, nos sentiremos plenos, aliviados, nos ilusionaremos con estar curados, con que nunca volverá, y lo hará, una y otra vez lo hará, como también lo hará la muerte.
Existen momentos de plenitud, existen momentos de neblina, también momentos de angustias con infinitas gradaciones en ella, y existen finalmente momentos de muerte. De todas formas, todos ellos, incluidos los de muerte, son momentos de vida, por ello, todos estos momentos debemos vivirlos, tomarlos de forma total y experimentarlos con plena conciencia.
El único pecado es evadirse.
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